viernes, 12 de diciembre de 2008

Por Roma....


La tarde se echaba encima, el autobús de vuelta del colegio de mi hija no llegaba, daban las seis y diez, y el cielo se escondía tras las nubes, mientras las luces de Navidad, se encendían oficialmente hoy. Dorados y plateados tapizan la ciudad, las pocas avenidas de consideración. Por estas fechas, hace un par de años, estuve en Roma, y la luz festiva tenía eso, el encanto añejo de las fiestas navideñas. Algo que se nos queda grabado, como si fuera ya parte de nuestro ADN. Recuerdo en aquel viaje, las calles adoquinadas, el musgo en las aceras, los puentes que unían una parte con otra, el Trastévere, el árbol de Navidad junto al Coliseo Romano, y la gente, mucha gente de un lado a otro, turistas como lo éramos por aquel entonces nosotros. LLevaba leotardos de vivos colores, un chaquetón Burberrys descolorido por las lavadas y una minifalda que me acompaña en todas las estaciones del año. En verano sabe a sal y a arena, por estas fechas, a chocolate y turrón. últimamente no viajo en avión, el pasaporte duerme en uno de mis cajones, no, miento, lo llevo siempre conmigo en el bolso, junto al bloc de notas. Lo que iba contando, en Roma hacía frío al caer la tarde, algunas calles eran muy húmedas, piedra por todas partes, piedra sorprendente, palacetes, puertas que invitaban a adentrarse en casas desconocidas y mirar el mundo con los ojos con los que se ven las cosas por primera vez. Las tiendas del centro, había de todo, de esas tiendas en las que una sólo podría entrar con una Américan Express propia o ajena, en donde la vanidad campa a sus anchas. La Fontana de Trevi, el cielo, el hotel de vuelta, la televisión en italiano, la ducha en otro país, en un baño con los algodones y los bastoncillos de oídos en un lado junto al espejo, y las sábanas, como tensadas por personajes que no encuentro, y que luego destenso con el trotar del propio cuerpo bajo la luz de las noches estrelladas, bajo el cielo despertado de la noche Romana.

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