viernes, 5 de diciembre de 2008

Morir a alta velocidad


Dos disparos acaban con el cielo, con la vida, con el corazón que late día tras día. Un tren de alta velocidad, también puede ser el trayecto de una bala hasta que acaba con el cuerpo de una persona, esta semana, la de Ignacio, un hombre como todos nosotros, sin escolta, sin más angel de la guarda que la buena fe de las personas que le rodean. Pero la sin razón se viste de arma, se levanta de manera insensata y busca un blanco fácil, para que de manera cobarde, pongan en marcha el fin de una vida que no les pertenece. Qué amor tienen estas personas hacia su tierra, cuando sólo saben abonar sus calles con la sangre del otro, cómo han crecido estos hombres para convertirse en guadañas de la cobardía. En otro tiempo fueron níños, nacieron y amamantaron un pecho que les diera la vida y la fuerza para crecer, de qué alimento se han servido, para terminar vomitando la ira y el odio a aquel que hace su vida sin molestar a nadie. Qué se le puede decir a la familia que entierra a uno de los suyos en tales circunstancias, no hay abrazo que consuele la pérdida absurda. Políticos que van a dar el pésame, un pueblo unido bajo la lluvia frente al ayuntamiento, mientras los buitres, los que han ordenado la muerte, vuelan como aves carroñeras planeando, cuál será la siguiente víctima. No existe el amor en cuerpos como los de un asesino, no existe ni la sangre por sus venas, no existen, porque esta gente no pertenece a este mundo, están muertos, y sólo se reconocen en la muerte del otro.

No hay comentarios: