martes, 15 de abril de 2008

LLegamos del colegio y ...



Hemos estado hablando en clase de los estereotipos, y de cómo las mujeres están adquiriendo los aspectos referidos sólo al género masculino, olvidando en el camino, los hasta ahora atribuidos al género femenino. En vez de haber una simbiosis en este proceso de cambio hacia un futuro, todos a una parte de la balanza. Un aspecto que me llama poderosamente la atención, es el lugar en el que quedan los niños cuando regresan de sus largas horas de permanencia en el colegio, y llegan a casa. Quién hay en casa, y en qué condiciones están los pequeños. Si ambos progenitores están inmersos en su jornada laboral, el acto de recogida del niño al colegio es una contrarreloj de obstáculos que hacen que parezca una carrera de fondo más que un acto natural. Al niño le transmitimos esa consabida sensación de agobio y se le inyecta la prisa de manera automatizada. Si las tareas de la casa no han sido realizadas, el progenitor que llega presta mayor atención a la realización de dichas tareas, dejando al menor frente a un televisor como acompañante de merienda y canguro entretenido. Cuando vienen a darse cuenta, ya es hora de cena, el tiempo de la merienda se ha fusionado con el de unos deberes que no han sido revisados, ayudados o contrastados. Al final, el afecto, y la calidad de diálogo se pierden en el mismo cubo con el que tiramos el agua de la fregona. Será mejor parar el reloj de obligaciones doméstico, y darle rienda suelta al que pasemos con nuestros hijos, a la larga, esos tiempos se verán multiplicados en calidad de vida, satisfacción personal de nuestros pequeños, y disfrute conjunto. Por la tarde, todos volvemos del cole.

Quiero mi cuento



Quiero mi cuento, me lo prometiste, venga, un ratito sólo y me duermo. Me repite cada noche la misma petición, y acabo de darme cuenta de qué ocurre cuando los niños se hacen grandes, que dejan de recibir esa transmisión oral de manos de sus padres o allegados. Por qué se deja el cuento sólo para una etapa temprana de la vida, acaso la mente creadora no tiene cabida en la mente adulta. He escuchado frases como : - ya eres muy mayor para que te estén contando cuentos. No es cierto, nunca se es demasiado mayor para que te cuenten cuentos. El cuento, la historia, es una necesidad humana, que de hecho, en la edad adulta se sigue completando de la mano de la novela. No es inusual descubrir un libro en la mesilla de cualquier dormitorio, o debajo de la cama, o junto al sofá o en una estantería cercana al comedor. El cuento crece con el niño, y se enmascara en forma de novela adulta para seguir acompañándonos a lo largo del tiempo. El vacío producido por la ausencia de un interlocutor que nos narre esas historias inventadas, leídas o escuchadas hace que la comunicación vaya perdiendo puntos a lo largo del tiempo. El libro del adulto no ha quedarse como un reducto logrado y olvidado en una estantería, su fin último es la trascripción al resto del mundo de su historia de una manera verbal. Si el libro te regala su contenido, su perpetuidad se nutre de la palabra del lector para con otro ser humano, ahí es cuando la letra impresa se renueva de vida y ha cumplido su fin último, aunar a las personas por medio de la palabra.