jueves, 2 de abril de 2009

Réquiem de Fauré en la Catedral de Murcia



Ayer tuve una de esas experiencias que te levantan interiormente, escuchar un concierto. Sólo se requería llegar a la Catedral de Murcia, y sentarse en una silla, y eso hice, después de estar quince días en casa sin salir. La sensación de la música es parecida al beso, a un beso largo y húmedo en medio de la calle, bajo un cielo estrellado. Este Réquiem es como la condensación de la primavera en el estómago, es lo más parecido al amor verdadero, a ese momento en el que realmente se vuela porque te sientes flotar por algo desconocido y auténtico. Eso que sólo se prueba una vez en la vida, se paseó como vaporizador exquisito, por la Catedral en forma de música. Sólo quien me mirara, podría adivinar en mi cara una leve sonrisa de eterna felicidad, en contraste con aquellos que ajenos al sentimiento producido en mí por esa música, leían y releían el prógrama o el reloj de sus muñecas, absortos en sus mundos, ajenos de amor.

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