sábado, 10 de enero de 2009

Cielos encapotados

La terraza tiene los tenderos completos, apesar del tiempo perezoso, llorón, propio de estos días de invierno, en los que el sol guarda cama en algún paraje lejano. No se asoma, no salpica las ventanas a esta hora, las cuatro y doce de la tarde. Un cigarro en la mano, el pelo recogido en un coletero, y algunos libros por la mesa. Esta tarde tocan compras, quiero acercarme a Ikea a por una mesa de despacho, una mesa sobre la que apoyar en condiciones este ordenador que duerme en el dormitorio, junto a la cama y el resto de cuadros pendientes por enmarcar. Esta mañana recordaba Lisboa, qué buen lugar para perderse unos días, y por qué no, hasta para vivir. Recuerdo sus colinas, siete creo que eran, con los Barrios típicos, con su tranvía amarillo lleno de carteristas atentos a los bolsos y bolsillos de los turistas. Las caras de las mujeres, los hombres y jóvenes. Tres veces he estado allí, y otras tantas que quiero volver. La última fué hace un par de veranos, fundiéndonos con ese paisaje urbano, mezcla de diferentes culturas. Bueno, por ahora dejaré los recuerdos a un lado, esta tarde mi hija tiene un cumpleaños, y aún he de pasarme por la papelería a comprar un par de detalles para María, una compañera de clase. Mañana, tenemos cumpleanos, mi amiga Rosa cumplió 34 primaveras, y nos acercaremos a comer y pasar una velada como siempre, encantadora cuando estamos por su casa.

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