viernes, 24 de julio de 2009

" Tenías que ponerte a trabajar parar pagar todo esto...."

LLega a casa y deja sus cosas en la entrada, abre el frigorífico y coge una cerveza, la cintura de ella se queda esperando, esas cosas no entran en el protocolo de estar por casa. Ella sueña con un beso que la parta el alma, que la quiebre hasta la madrugada, pero eso no entra en los perfiles de trabajo, no entra en nada computable, si no es cuando cae la noche y de madrugada le viene el instinto por saciar unos minutos la sed masculina. Cocinar, planchar, organizar y reorganizar, calentarse la cabeza con mil cosas, pero ella no trabaja le dice, no sabes lo duro que es levantarse cada día y estar doce horas fuera. Ella le pide bien poco, que la coja de la mano, que la mire directamente a los ojos y le diga, pero qué guapa que estás esta tarde, pero su boca sólo habla de lo mal que va todo, de las facturas pendientes, del electricista que vendrá, del persianista que pondrá, de pintar esto y lo otro, de embalar en cajas los libros que se ven por doquier, mientras ella espera el beso que la despierte de esa ceguera absurda en la que se ve inmersa cada mañana. Con suerte, a veces, ella pide un beso antes de irse a trabajar, y él vuelve a regañadientes desde la puerta a darle uno que le roza la boca con escasa gracia, con los labios cerrados y extraños, imperceptibles a su boca de fresa que espera siempre y no desespera. Me voy le dice cada mañana, y se gira mientras, en la soledad de su cocina, a recoger unas pinzas en el suelo, mientras se mira de reojo en el espejo, y se dice a sí misma, esta boca que no besa, y estas manos que no tienen a qué agarrarse, hasta que entra en la ducha, y se dice, sólo el agua resbala por mi cara.

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