viernes, 21 de agosto de 2009

"Maltrato infantil "

Era la mañana del miércoles pasado, estuvimos por Cartagena por temas médicos, la consulta era a eso de la una y media, pero entre una cosa y otra, salimos a eso de las tres menos cuarto. El calor azotaba a esa hora, y por qué no, mejor tomar algo por allí, que irnos directamente a casa. Nos pillaba un restaurante cercano, "La Tartana", y allí que entramos tan agusto. Nos sentamos los cinco que íbamos, la familia en torno a la mesa, hablando de lo bien que había salido todo, contentos por el cómo marchaban las cosas. Nos dan la carta, y optamos por comer de menú, un menú que por cierto era bastante bueno en relación calidad precio. Por 11 euros, teníamos de entrante un Gazpacho o Consomé de Ave, de Primero a elegir entre Spaguetis a la Boloñesa o Revuelto de Gambas con Huevos, de Segundo Lomo con Salsa al Roquefort o Jurel a la Andaluza. Con su postre, su bebida y su café o infusión. Los platos estaban muy bien tanto de presentación como de sabor, así que tan agusto estábamos comiendo. Fué llenándose el comedor, lo normal, hasta que entran una pareja con unos niños pequeños, de dos y tres años, no más. Normal, hasta que oigo a uno de los niños decir:- !Quiero una Coca Cola y cierra el pico!, - me llama la atención, pero sigo comiendo, al mirar de nuevo, observo que los dos niños iban con una camiseta de manga corta y descalzos, a la par que con el culo al aire, y descubro que la madre saca de uno de los carricoches a un bebé, tendría unos seis meses. Ella joven, lo mismo unos 24 o menos años, él, de la misma edad, ella con coleta recogido el pelo, con camiseta y pantalón naranja, él, camiseta blanca de tirantes, pantalón vaquero y sendos brazos tatuados con símbolos tribales. Empieza la comida, lo primero la jarra de vino y la casera de litro, luego unos platos que no sabía bien que contenían y otro de jamón. Hasta que en una de esas uno de los niños se levanta, la madre le llama para que se siente, y él juguete y no la hace caso, el padre se levanta y le grita fuertemente al oído, lo sienta fuertemente en la silla, y el niño empieza a llorar, el padre se sienta y vuelve a levantarse, y le pega un nuevo tirón de orejas. De los allí presentes nadie tuvo el valor de soltarle una hostia al tío, seguimos comiendo,k y yo con el nudo en el estómago de ver lo que estaba pasando, y no saber qué se ha de hacer. Parece que la cosa se calma, pobres niños me digo para mis adentros, a veces se cruzan las miradas, y miro con desprecio al padre, no lo puedo evitar, ellos se sienten observados por el resto del comedor, y siguen comiendo. Me desconecto de la situación mientras sigo comiendo y hablando con mis familiares, hasta que veo que él se levanta de golpe y dice que se largan, que ya, ella se pone nerviosa, de repente descubro que uno de los niños se ha cagado encima, y al no llevar ni calzoncillos, ni helos, ni pantaloncito corto, su pequeño culo manchado corretea por la mesa, el padre se encabrita, la madre se levanta y va al baño a lavarle. Y lo veo, le veo el cuello, con dos moratones propios de cuando a uno le agarran el cuello, y no para decirle "Te quiero", y lo veo cada vez más claro. Cuando vuelven del baño, es el otro lado del cuello el que aprecio, como un árbol, como un ramal, su otro lado del cuello es un moratón entero. Al final se vuelven a sentar a la mesa, no sin antes, ir el padre a llevar al otro hijo al que pegó fuertemente para que se sentara en la mesa, y le veo cómo trata al niño, cómo no entra con el niño para ayudarle a que orine o haga caca, cómo se espera en la puerta, como si fuera un sacrificio extremo estar ahí con la carne de su carne. Al final, terminamos los postres, el café, la cuenta, con esa sensación placentera que otorga el reunirse en torno a una mesa con los familiares más allegados, y se quedan en la esquina del restaurante la estampa familiar y costumbrista que se repite en miles de esquinas de nuestro mundo. Los niños, lo que les queda por ver, vivir y tragar con un padre con menos huevos que un cartón de huevos de cualquier tienda, con un gilipollas desgraciado que no es hombre ni para vestirse, pero que se cree serlo para pegarle dos hostias a la que es madre de sus hijos, y que se cree un héroe asestándole pequeñas hostias a sus hijos indefensos. Y es cuando pienso, que hay gente, que no se merece levantarse por las mañanas, y no ver el sol por la ventana.

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