sábado, 8 de agosto de 2009

"La Campana de cristal"


Anoche finalicé antes de cenar, el libro de "La Campana de cristal", lo dejo en la mesa del porche, y me siento a comer el bocata que me habían preparado. El mar enfrente, tranquilo, y me pregunta mi padre:- ¿De qué trata el libro?- , le respondo que es de una poeta que de repente dejó de dormir, de pensar, de soñar, bloqueada la llevan al médico que la trata con electroshocks, y el libro se divide en una etapa antes de y después de, hasta que acaba cuando supuestamente le van a dar el alta psiquiátrica. Leyendo el libro, y conociendo la historia personal de la autora, descubres lo premonitorio de sus palabras, como una sentencia escrita y cumplida unos años más tarde, su deseo de morir y desaparecer de esa sensación angustiosa que le suponía a veces el respirar. De todas las partes del libro, una es escalofriante, relata la pérdida de su virginidad, sumida en alcohol, de manos de un profesor universitario. Desangrándose se vuelve al hospital psiquiátrico, con las toallas entre las piernas, para con tardanza de los médicos que más que atender desatendían en domingo, terminar por curarle la hemorragia. Qué le paso con el cafre que la dejó en tal estado, su sueño de entregarse a un hombre reducido al desagradable trance de no saber realmente qué le hizo para llegara a ese estado. Cosas que pasan.
Ver las estrellas, mirar el horizonte, dejarse llevar con las vistas, hasta volver a la cama, eso hice, y cogí el libro de "Simplemente juntos", de Anna Gavalda, que no lo había terminado aún, y me sumergí en nuevos personajes que devorar de nuevo. En Murcia estuve trasteando libros, y estaban los versos de Miguel Hernández, qué misterio de hombre, tan grande como trágico. Por qué los grandes tienen ese no se qué en sus vidas, su obra es paralela a la vida personal, o viceversa. Os regalo unos versos de Miguel, ahí van:

NANAS DE LA CEBOLLA
.
( Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer,
en la que le decía que no comía más que pan: y cebolla)
.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.
.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
.
Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

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