domingo, 1 de marzo de 2009

Robert Doisneau



Fotógrafo francés, publicista de la casa Renault, Robert Doisneau nos regala una de las muchas escenas de la calle parisina, tal como esta de "Beso en el Hotel de Ville". Observador incansable, maestro de los pequeños detalles, atrapa con su cámara la magia de la vida, el encanto de lo cotidiano a través del click de la cámara. Esta fotografía, fué publicada por la revista "Time" allá por el año 1950. La historia de esta foto, trajo mucha tela. Mucho se ha escrito sobre esa capacidad de Doisneau de captar lo cotidiano, el momento y el gesto preciso. Y sin embargo, no hay en el beso nada de espontáneo.La historia oculta de la foto se conoció hace unos quince años, cuando un matrimonio, Denise y Jean-Louis Lavergne, se presentaron en sociedad como los protagonistas de aquella famosa escena. En realidad, no eran los primeros. Ya antes otras parejas habían pretendido ser los retratados para obtener alguna ganancia. Pero los Lavergne fueron más lejos: ellos querían el beso de la fama. Aseguraban que habían estado ese mismo día frente al Hotel de Ville y tenían para exhibir un diario con sus recuerdos, un supuesto parecido, y algunas prendas muy semejantes a las de la foto: una pollera y un saco de ella, una bufanda que a él le había regalado su hermana para Navidad. La pareja recibió en principio un cierto reconocimiento de la prensa y hasta fue filmada para un documental sobre Doisneau, pero luego su participación no fue incluida. Ellos decidieron entonces ir por más: se presentaron en la Justicia exigiendo una retribución de cien mil dólares por el uso de su imagen. El juicio obligó a Doisneau a salir de su silencio y a decir lo que hubiera preferido callar: que la foto distaba de ser espontánea. Había contratado a una pareja de actores –que no eran los Lavergne– para obtener la imagen deseada.El fotógrafo ganó el juicio al presentar como prueba la serie completa de fotos tomadas en distintos puntos de París con la misma pareja. Pero la magia se había roto. La idea de ese momento de pasión espontánea captada por el ojo sensible del artista quedó hecha trizas. Doisneau había encontrado a los actores en un café cerca de la escuela de teatro y les había propuesto posar para la foto. Y eso no fue todo: con la publicidad del juicio apareció la verdadera protagonista de la escena, la actriz Françoise Bornet, y le estampó al fotógrafo un beso de Judas: quería un porcentaje de las ganancias. Otra vez Doisneau ganó en los estrados: pudo comprobar que había pagado el trabajo de Bornet y su compañero como se había pactado. A esa altura, el fotógrafo ya debía pensar que hay besos que matan.Si esto fuera una novela, cabría imaginar un final estilo Dorian Gray. La foto sufriría lentamente un proceso de transformación, en el que el gesto de los protagonistas del beso se iría convirtiendo en un rictus un poco más amargo día a día, con cada intento por obtener más y más dinero de esa expresión de romanticismo. Y un día alguien descubriría que la pareja ya no se está besando, que miran a cámara hartos, decididos a no ser más el símbolo del amor.Pero no es así. La imagen sigue intacta, perfecta, ajena a toda especulación tejida a su alrededor. Y usted, querido lector, siendo pagado o no, recuerda cuál fué su último beso intenso, ajeno a cualquier mirada, en medio de la calle. Yo sí que lo recuerdo, y pese a no tener una instantánea de él, se quedó como uno de los mejores recuerdos perdidos en la noche.

No hay comentarios: