domingo, 6 de diciembre de 2009

Fríos de castañas calientes y rebajas antes de tiempo

Abrieron el dichoso Hipercor, aquel que se divisaba su construcción desde la autovía, cada vez que entraba a la Universidad, con sus obras, con sus albañiles que parecían los muñecos de Playmóvil, el caso es que tuve la excusa perfecta para comprarle un disco a mi hija, antes de que se marchase de puente, y allá que me embarco con mi padre a la vorágine comercial. Poca cosa, se veían más dependientes que clientes, todo muy bien iluminado eso sí, y muy bien decorado. Cuando me dirijo a la sección de librería a comparle un par de libros para que la cría siga leyendo, ella pregunta al vendedor, -¿por qué los mayores os leéis libros de tantas páginas?- a lo que el joven respondió, cuando seas mayor ya lo entenderás. Me quedé con ganas de decirle, por favor, no haga a la niña que espere unos años, porque usted no sepa darle una respuesta coherente. Mi hija le dijo, es que mi madre se lee unos libros de trescientas páginas, y yo no llego. Y me quedé pensando en esas fracciones de segundo en las que todo se detiene, qué buen vicio la lectura, y qué suerte estar ante el mostrador y poder decirle a Alba, no te preocupes, que cuando lo acabes, venimos a por más.

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