miércoles, 20 de agosto de 2008

El viaje a ninguna parte


Suele pasar, alguna que otra vez, que la desdicha se vuelve cotidiana y cercana. Hoy el día pinta tintado de negro, como la fotografía que acompañan estas letras, tintado en medio de esta tarde de Agosto. Volamos de manera frenética, como hormigas en un hormiguero, en un canal continuado de trasiego por el mundo, y vamos de destino en destino, con las maletas a cuestas, de aeropuerto en aeropuerto. Los viajes a ninguna parte simepre empiezan tiempo atrás, con el pensamiento, con la idea, con la tarjeta que lo paga, con un número en el calendario de la cocina que se ve envuelto en un círculo rojo o verde. Entonces las maletas abren sus bocas y se bajan la cinturilla tragando sandalias, pantalones planchados con esmero, libros por si acaso, y cosas, de esas que llevamos de un lado a otro, como hormigas en el hormiguero. Las prisas, los niños que se quedan con alguien, la puerta cerrada con doble cierre, y el gas apagado. Todo cerrado, hasta la vuelta. Los viajes son adrenalina, hasta ese momento en el que te sientes en tu sillón numerado, rodeado de extraños que comparte esa extraña felicidad compartida de ser usuarios del viaje a ninguna parte. Cada vez que vuelo, la misma sensación, será este el vuelo que no llega al aeropuerto. Hoy salió, y sus alas se convirtieron en un pájaro de fuego en mitad de Barajas. Un número que a lo largo de la tarde ha ido vistiendo de luto los hogares de todos aquellos que viajaban al mundo de ninguna parte. Miro al horizonte de esta playa, adornada en la orilla con barcos amarrados, mecidos bajo el traqueteo marino, y pienso, cuánta dicha estar en esta orilla.
Nati Mus

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